domingo, 6 de junio de 2010

Bicentenario

2010 Año del Bicentenario. Se cumplen doscientos años de la Revolución de mayo en esto que ha cobrado el nombre de bicentenario, por lo cual una serie de festejos y eventos se efectúan durante el año con motivos de conmemorar aquel épico acontecimiento. Pero tiene, para quien escribe, ésta fecha, una función más que el solo recuerdo como mero conocimiento conceptual de hechos pretéritos, como por mucho tiempo se ha intentado haces parecer. No, no puede ser esa la función de los festejos, ni puede ser esa la función de la historia como disciplina. Cuando se realiza una biografía de una persona, se destacan de su vida, aquellos acontecimientos que han contribuido a hacer de ella una persona susceptible de merecer una biografía. En el caso de estos festejos, las miras al pasado no deberían entenderse como el recuerdo de un tiempo en que los argentinos fueron capaces de realizar semejante epopeya, y añorarlo nostálgicamente como se recuerdan aquellos tiempos que, como todos, no volverán. No. La función de destacar ésta fecha como motivo de conmemoración y festejos, es entender la subjetividad actual del argentino forjada históricamente, su carácter, su sentir, su pulsión, su instinto, su comportamiento y su ser en general. Claro que ésta forma de entender los festejos no siempre fueron entendidas, ni muchos menos impartida, sino que el respeto al pasado como compartimento estanco al que se debe venerar, ajeno a nuestra propia subjetividad fue intencional y arbitrario. No puedo dejar de ver durante este año al argentino desde la luz que desprende el hecho que conmemoramos, y con ésta iluminación el argentino se presenta con un instinto a presentarse como agente activo, aún a su pesar, de aquellos que percibe; optimista y con la mirada puesta fija en el porvenir; esperanzado; destacando la individualidad y asumiendo la diferencia; integrado en un bloque de países al sur del río bravo; inclinado siempre, casi ciegamente, hacia el lado del mas débil, y con cierta hostilidad, porque no decirlo, para con los poderosos, y no por envidia sino por deplorar el carácter opresivo que estos suelen tener. Un argentino que es capaz de exigir su independencia ante todo, asumiendo, como se pueda, las responsabilidades que tal exigencia supone, y cumpliendo una función en la región y en el mundo, ya que por historia y por idiosincrasia el argentino se presenta tanto libre como libertador.
Tal vez quien lea estas líneas pueda llegar a interpretar el optimismo aquí desarrollado como producto de la ingenuidad de quien escribe, pero sépase bien que no se trata mas que de una decisión, porque sé bien que el mismo carácter que nos vuelve a los argentinos capaces de efectuar las mas maravillosas acciones cuando asumimos la libertad, también nos vuelve sumamente dañinos cuando apenas la ejercemos. Y si la historia, mas que la geografía, nos brinda ese sentido de pertenencia que nos constituye como sujetos, entonces, no se trata de festejar en este bicentenario mas que lo que somos, y desde ésta perspectiva tenemos cada uno de los argentinos al menos algo que merece ser festejado: doscientos años buscando la libertad.

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